dimarts, 24 de novembre del 2015

18/11/2015. Suso de Toro, Qué fue del país, qué fue de El País. Rajoy convocó a los partidos, asociaciones de empresarios y sindicatos de ámbito estatal, despreciando a los demás. Lo tremendo es que los llamó para tratar concretamente de Catalunya excluyendo a los partidos e instituciones catalanas. Organizó un frente de estado contra lo que la sociedad catalana votó…

Benvolguts,
Avui presentem i comentem dos articles de Suso de Toro, Qué fue del país, qué fue de El País (1 i 2), publicats en les dues darreres setmanes que ens desemmascaren la nostra trista condició d’“humans” que som tractats de “ramat” i ens pensem que podem decidir res de res...

Quins collons! Visca la manipulació de cervells!
Espanya i els seus reis i governants, quina merda de país. Quina ensarronada...

En Suso de Toro, avui no parla de Catalunya sinó de l’Espanya autonòmica i dels greuges que Catalunya ha de tenir. I Déu n’hi do! I ho explica a través de la seva visió de la premsa i particularment del diari El País.

En la primera part ens parla dels anys vuitanta, d’un país idíl·lic, renaixent, amb tota la gent contenta creient-se que s’havien desempallegat del franquisme. En la segona part posa els peus a terra i ens explica com ens han engalipat fins a l’extenuació.

Al mateix temps conta la història de El País, de com El País va fer creure (amb molta traça) als adeptes al PSOE, al PCE i al PSUC, que ells eren la reencarnació del pensament liberal, de l’antifranquisme, i tot això.

Explica com el poder central ha menystingut sempre als catalans, amb la aquiescència servil de tots els espanyols i els seus partits, incloent-hi els partits espanyols a Catalunya. Comença amb una mostra: El Rei, després del 23F, reunint-se amb els partits constitucionalistes, lleials i no convocant als partits catalans. I els sicaris quietons, sense oposar-s’hi. Com estan fent ara el Rajoy i els seus sicaris.

No explica que quan ja havien admès fins i tot el PC a la “democràcia”, continuaven sense admetre ERC que va haver d’anar a les eleccions constituents aixoplugada en un calaix de sastre amb altres partits residuals com el Partit del Treball.

Recordem que els poders centrals no paren de posar-se a la boca la Constitución, el Estado (el Estafado?) de Derecho, la democràcia, etc. Ja ho hem explicat sovint, que el castellà és ric en frases fetes, com aquella que diu dime de que presumes y te diré de lo que adoleces...

L’article és llarg i doble, però hi trobareu perles a dojo. Tantes perles que us adonareu que

els habitants de la pell de brau però també els europeus i els occidentals en general som ninots de marionetes que ens fan ballar com ells (els putos amos) volen...

Unes perles:

·         A aquella reunión no fueron convocados los partidos vascos, catalanes o de otros espacios territoriales porque se trataba, precisamente, de algo que les afectaba y se tramaba contra ellos.

·         Hace unas semanas Rajoy ha hecho algo parecido, convocó a la Moncloa a los partidos, asociaciones de empresarios y sindicatos de ámbito estatal, despreciando a los demás aún sabiendo que representan a millones de ciudadanos españoles. Y son legales además, al menos por ahora, ¿no? Lo tremendo es que los llamó para tratar concretamente de Catalunya excluyendo a los partidos e instituciones catalanas existentes, es decir Rajoy organizó un frente de estado contra lo que la sociedad catalana votó en las pasadas elecciones. Un disparate, por ser suave. Pero un disparate en el que todos los asistentes participaron, aceptaron la exclusión catalana.

·         La Transición fue diseñada por los EE.UU. y conducida por los poderes del Estado alrededor de la Monarquía y luego pactada con fuerzas políticas que fueron habilitadas para ello, principalmente un PSOE convenientemente expurgado y dirigido por Brandt y un PCE desesperado por un escenario político que se les escapaba de las manos.

·         Se realizó el programa económico, el poder financiero tuvo una evolución controlada desde el franquismo y se fue concentrando en las manos y lugares previstos.

·         La clave de que no haya verdadera democracia en España está en los medios de comunicación.
·         La democracia española tiene dueños y son directamente los dirigentes de las grandes empresas que son accionistas de las grandes empresas de comunicación. Son ellos quienes juegan con el PP y el PSOE, quienes introducen en el juego a Podemos y Ciudadanos, quienes arrinconaron sin salida la cuestión catalana, quienes manejan nuestra opinión y nuestro estado de ánimo cada minuto en cada pantalla de la TVE, Cuatro, Antena3, la Sexta, el ABC, la Razón, El Mundo, El País...

·         Y por el mundo, después vimos como para vengar un atentado terrorista se invadió formalmente Afganistán, nos informaron de que Sadam Hussein tenía armas de destrucción masiva y los iraquíes eran tan malos que desconectaban las incubadoras con bebés dentro en Kuwait. Recientemente hemos sabido que en Egipto ganaron las elecciones quienes no debían y por eso era necesario un golpe de Estado, que en Ucrania se atrevieron a volver a ganar las elecciones los partidarios de Rusia y hubo que actuar. Y, más recientemente, que en Siria había un dictador que disparaba a una “primavera” de jóvenes demócratas, por lo que hubo que preparar y armar un ejército de yihadistas para invadir y atacar el país, ahora hay que atacarlo con aviación porque aquello está lleno de esos yihadistas.

I ara l’article en dues parts (1 i 2):
Qué fue del país, qué fue de El País

11/11/2015 - 21:11h

Hace treinta y cuatro años, tras el golpe de estado, el Rey de entonces convocó a los partidos españoles de ámbito estatal y los informó de cosas que nunca nos contaron.

A aquella reunión no fueron convocados los partidos vascos, catalanes o de otros espacios territoriales porque se trataba, precisamente, de algo que les afectaba y se tramaba contra ellos.

Lo característico de la democracia española es el miedo y los silencios, de modo que ninguno de los asistentes nos contó nada y tampoco nadie preguntó ni pregunta por ello; aún sabiendo como sabemos todos que fue decisiva pues trataba de los límites de nuestra libertad. Y con eso queda dicho todo.

Hace unas semanas Mariano Rajoy ha hecho algo parecido, convocó a la Moncloa a los partidos, asociaciones de empresarios y sindicatos de ámbito estatal, despreciando a los demás aún sabiendo que representan a millones de ciudadanos españoles. Y son legales además, al menos por ahora, ¿no?

Lo tremendo es que los llamó para tratar concretamente de Catalunya excluyendo a los partidos e instituciones catalanas existentes, es decir

Rajoy organizó un frente de estado contra lo que la sociedad catalana votó en las pasadas elecciones.

Un disparate, por ser suave.

Pero un disparate en el que todos los asistentes participaron, aceptaron la exclusión catalana.

No soy catalán, pero si lo fuese me sentiría ofendido por lo que es, como mínimo, descortesía.
Y para el caso da igual si a la mayoría parlamentaria la votó el cuarenta y ocho o el cincuenta y uno, es el parlamento y nadie marearía tanto la cifra si el resultado parlamentario hubiese sido el contrario. El parlamento existente es el legítimo, con independencia de si posteriormente toma decisiones que sean o no adecuadas o legales, hay que reconocerlo.

Pero ésta es la democracia española. Y ahora es cuando toca eso de “¿y el paro? Estamos hartos de Catalunya, hay otros problemas. ¿Y el paro?”. Efectivamente, el paro y los problemas sociales están ocultos por el debate en torno al enfado catalán y la pretensión de soberanía explícitamente de la mitad de la población. Y eso es así porque conviene a quien tiene la capacidad de dirigir el juego de conjunto desde las instituciones del estado, los poderes económicos y Moncloa y esos no son el archimentado Artur Mas. Los millones de catalanes no son Mas, por mucho que se ridiculice y se caricaturice lo que ocurre en la sociedad catalana.

No se está hablando del paro y los dramas sociales porque no habrá nunca democracia en España si no se asume que la cuestión nacional siempre ha ido históricamente de la mano de las causas sociales y que el nacionalismo de estado, el españolismo, es la bandera que lo tapa todo y permite que se perpetúe el dominio de los mismos poderes. Quienes de boquilla contraponen la lucha social a la demanda nacional catalana o la que sea debieran constatar que lo que fue el cinturón rojo de Barcelona dejó de votar a la izquierda y ahora vota al PP o, lo que es casi peor, a Ciudadanos. Igual que en Francia Le Pen se nutre de antiguos comunistas.

Por favor, cuando quieran hablar del paro hablen del paro, pero no lo menten para menospreciar el problema político catalán, porque eso es despreciar también el verdadero drama de los parados, una utilización política banal o mezquina. Y a la demanda catalana había que haberla respetado y escuchado antes. Cuando la gente gritaba en las calles con la selección española y sus banderas y gritaba “¡Soy español, español!”, mientras en Barcelona cientos de miles de ciudadanos salían cabreados a la calle a gritar contra el españolismo del Tribunal Constitucional. Antes, sí.

Así, el panorama de la política española y, sobre todo, el paisaje social en su conjunto es un gran fracaso. Un escenario de luchas sin esperanza porque no hay nervio cívico, horizonte que ilusione o proyecto cívico colectivo que no se base en la envidia y el odio. El proceso que nació a partir del año 78, ese proceso político y social de conjunto que, efectivamente, está roto por todos sus costados. Aunque lo que provocó la crisis de estado fue este debate en torno a la incoherencia entre nación y estado. Para conservar cohesión como un estado España solo puede echar mano de ese miedo cultivado celosamente: “España se rompe”. Tan frágil es la base de la convivencia cuando no hay en absoluto un proyecto compartido para la convivencia y colaboración. Un estado para existir tiene que levantarse sobre un proyecto cívico inclusivo, llámese “nación” o como se quiera llamar.

La Transición tuvo tutela externa y conducción por los EE.UU. con la colaboración alemana, ¿pero esta crisis quién la tutela? El nuevo Rey también viajó rápidamente a Washington, pero ¿hasta qué punto están dispuestos allí a inmiscuirse en un proceso de crisis interna como el que vivimos? Mientras nadie cuestione las bases y a la permanencia en la OTAN, ¿hasta que punto les importa que el estado español tenga forma de monarquía o república, estado federal o confederal? ¿Incluso una Catalunya independiente o no, mientras forme parte de su alianza militar estratégica?

Hace cuarenta años la Transición fue diseñada por los EE.UU. y conducida por los poderes del Estado alrededor de la Monarquía y luego pactada con fuerzas políticas que fueron habilitadas para ello, principalmente un PSOE convenientemente expurgado y dirigido por Brandt y un PCE desesperado por un escenario político que se les escapaba de las manos. Desde entonces, los demás hemos sobrevivido o vivido en ese marco lo mejor que hemos podido. El programa del antifranquismo quedó apartado desde el primer momento, pero los pilares políticos sobre los que se edificó el Estado desde la Transición están completamente corroídos.

Se realizó el programa económico, el poder financiero tuvo una evolución controlada desde el franquismo y se fue concentrando en las manos y lugares previstos. En cierto modo tiene algo de razón Mario Conde cuando se retrata como un intruso imprevisto y molesto que fue expulsado y castigado por no tener aval, el trato que se le dio contrasta con el que recibieron y recibirán algunos balas perdidas que pertenecen a los poderes del establishment cortesano. Y, tras la advertencia y corrección de rumbo consecuencia del golpe del 23 de Febrero, el poder político fue convenientemente administrado por uno y otro partido dentro de los límites establecidos previamente y arbitrados por la Monarquía.

Solo la codicia de poder sin límites del PP puso en crisis el juego político con sus mentiras tras los atentados en Madrid en el 2004 y solo el atrevimiento de Zapatero, que pretendió una Ley de Memoria histórica que alteraba el consenso del ocultamiento del pasado que cimentó la Transición y el encaje nacional de Catalunya, creó tensiones hasta alentar conspiración cuartelera. Y todo ese camino condujo a este aquí, donde el Estado muestra explícita y obscenamente su carácter, ruinas, cicatería e intoxicación ideológica de nacionalismo españolista.

¿Quién tutela todo esto? Nadie, desde fuera. Los poderes españoles han madurado lo bastante para controlar la situación. En particular en los últimos tres años ha habido una nueva madurez: la unión íntima entre las empresas del IBEX y los medios de comunicación son la clave del control de lo que ocurre. La democracia ocurre en los medios, en las pantallas de televisión sobre todo, y desde ahí se dirige la opinión pública, se sacude el capote, se difama, se destruye al oponente, se impide el diálogo, el reconocimiento del distinto, del contrario, se juega con las emociones del electorado y se siembra miedo.

La clave de que no haya verdadera democracia en España está en los medios de comunicación.

La democracia española tiene dueños y son directamente los dirigentes de las grandes empresas que son accionistas de las grandes empresas de comunicación. Son ellos quienes juegan con el PP y el PSOE, quienes introducen en el juego a Podemos y Ciudadanos, quienes arrinconaron sin salida la cuestión catalana, quienes manejan nuestra opinión y nuestro estado de ánimo cada minuto en cada pantalla de la TVE, Cuatro, Antena3, la Sexta, el ABC, la Razón, El Mundo, El País...

El papel de la prensa en la democracia española desde hace tiempo es tristísimo y culpable. Me dirán que nos quedan espacios como este diario digital y algún otro, pero no es muy real, esto que estoy escribiendo aquí se parece mucho al sermón del cura que le riñe a los feligreses presentes en la Iglesia porque la gente ya no va a misa. Y, por favor, que nadie me diga de buena fe a estas alturas que todavía nos queda “El País”. Porque ésa es una buena historia que merece ser contada.
Por cierto, Miguel Ángel Aguilar, bienvenido.

Qué fue del país, qué fue de El País (y 2)

El periódico, evocando a Ortega y Gasset a través de José Ortega Spottorno, se situó desde un principio en el espacio ideológico del españolismo regeneracionista

En el curso de los años me crucé en dos ocasiones con personas que me confiaron que tenían enmarcada la portada del primer ejemplar de El País. Probablemente me habré cruzado con otras personas que también lo hicieron, de modo que estamos hablando de algo serio que merece respeto y obliga a intentar un retrato justo y ecuánime.

Claro que esas anécdotas remontan a cuando los estados tenían cierta soberanía, aunque el Reino de España estuviese tutelado por los EE.UU. y solo faltaba firmar la OTAN. Después vimos como para vengar un atentado terrorista se invadió formalmente Afganistán, nos informaron de que Sadam Hussein tenía armas de destrucción masiva y los iraquíes eran tan malos que desconectaban las incubadoras con bebés dentro en Kuwait. Recientemente hemos sabido que en Egipto ganaron las elecciones quienes no debían y por eso era necesario un golpe de Estado, que en Ucrania se atrevieron a volver a ganar las elecciones los partidarios de Rusia y hubo que actuar. Y, más recientemente, que en Siria había un dictador que disparaba a una “primavera” de jóvenes demócratas, por lo que hubo que preparar y armar un ejército de yihadistas para invadir y atacar el país, ahora hay que atacarlo con aviación porque aquello está lleno de esos yihadistas.
Pero hay que remitirse a un tiempo lejano en el que la inocencia no solo estaba permitida sino que era obligada: Franco había muerto y respirábamos, estábamos dispuestos no solo a ser demócratas sino también socialistas. Finalmente, “a ver si echamos a estos”, se consiguió echarlos y poner a Felipe González, se instaló una nube de gas de la risa y reinó algo parecido a una tregua en la historia, casi una utopía, durante bastantes años.

Entonces, para bastantes personas El País representó la voz y la certidumbre de la democracia española. Había existido y aún existía prensa no solo democrática sino ejemplarmente militante en la defensa de la libertad de expresión, revistas como Cuadernos para el diálogo, Triunfo o Cambio16, pero como le ocurrió a todo el antifranquismo las ganas de dejar atrás el pasado y el deseo vehemente de crear un país nuevo no contaminado por ese pasado al que pertenecían tanto los franquistas como los antifranquistas le hizo poner no solo sus esperanzas sino su fe en un proyecto que se presentaba como inmaculado. Esos otros proyectos fueron desapareciendo ante un periódico que concentraba todas las expectativas de futuro.

Además de presentarse como un paladín de la democracia, el proyecto desde su misma primera página demostraba profesionalidad y eso en si mismo era decisivo, era una promesa de un país serio al fin que podía aspirar a ser europeo. El periódico, evocando a Ortega y Gasset a través de José Ortega Spottorno, se situó desde un principio en el espacio ideológico del españolismo regeneracionista, significaba europeísmo sin perder la esencia castiza, un país serio, moderno...Pero no bastaba la simpatía o la complicidad de unas clases medias urbanas poco consistentes, para que llegase a ser lo que fue se precisaba entusiasmo militante.
Para que ese proyecto triunfase era necesario trasladar la energía militante de un número progresivamente mayor de personas que se habían ido definiendo contra el franquismo, era necesario la identificación de un sector social denominado “los progres” y eso se fue dando tanto con la información impecable que ofrecía el periódico como con el aval de las firmas que fueron llegando de Triunfo y otras revistas de la órbita comunista. En los últimos años de la dictadura se fue creando un cinturón alrededor de las organizaciones comunistas, particularmente el PCE fue una referencia no solo política sino también simbólica y afectiva. Muchas de aquellas personas que nombraban con respeto y énfasis a “el partido” pasaron inmediatamente a tener a El País como su nueva referencia y con una ligazón parecida. Además, en las turbulencias de la fragua del nuevo sistema político, el periódico vivió algunos episodios que confirmaron su carácter y su papel, sufrió un atentado terrorista de la extrema derecha y sacó una edición contra el golpe de estado el 23-F. Con esas legitimaciones, El País ofreció identidad a cientos de miles, millones, de españoles. Fue una verdadera historia de amor y solo así se comprende no el desencanto sino la amargura con que muchas personas hablan ahora de esa cabecera, una relación frustrada en la que se sienten traicionadas y que no acaban de comprender.

Y, para comprender como llegó a concebir y madurar su papel de “intelectual colectivo” de la democracia española [oxímoron!!!] hay que saber el papel de dirección ideológica que tuvo en el periódico algunas personas que habían sido cuadros de “el Partido”. Solo la valoración de “las fuerzas de la cultura”, el papel de los intelectuales en la lucha ideológica y el concepto de hegemonía de las ideas propio de la cultura comunista se puede comprender como El País llegó a ser lo que fue. Un fenómeno único que solo se explica por la debilidad de una sociedad sin pasado que penosamente se reconstruía cultural y civilmente, porque fue un momento histórico abierto en el que había una gran tarea de construcción por delante y también por la singular perspicacia de un empresario inteligente y vinculado al poder político y un grupo generacional de periodistas.

Solo la valoración de “las fuerzas de la cultura”, el papel de los intelectuales en la lucha ideológica y el concepto de hegemonía de las ideas, propio de la cultura comunista se puede comprender como El País llegó a ser lo que fue.

Su idea de España no era nada nueva pero, en cambio, tenían un plan, imaginaron un horizonte y comprendieron que ese plan era realizable con una alianza de hierro con el PSOE de González. Es difícil decir quien es más artífice de la España recreada en aquellos años bajo los gobiernos socialistas, si Felipe González o Juan Luís Cebrián. En todo caso fue Cebrián el dueño de la cultura y el imaginario de una o dos generaciones de españoles con estudios universitarios.   les dio identidad personal, fue el prescriptor del partido político al que votar, del libro que había que leer, del intelectual y la opinión que había que tener, de la película, de la editorial, de la moda cultural...Llegó un momento en el que las conversaciones se apagaban porque los contertulios votaban al mismo partido, habían leído la misma noticia, la misma tribuna, visto la misma película del mismo cineasta madrileño o de Manhattan y tenían el mismo libro en la mesilla de noche.
Era lógico que ese poderío ideológico que marchaba tan unido, en su ideología y en sus intereses, a un partido supusiese un problema para la competencia. Así se explica el intento de Aznar de meter preso nada menos a Jesús Polanco y a Cebrián, una verdadera maniobra contra la libertad de expresión, que es como entendían aquellos franquistas lo de la lucha ideológica, te liquidaban. Fraga cerró y dinamitó el diario Madrid, Aznar soñaba otro tanto.

Tanto poder embriaga a cualquiera. “Salir en El País” llegó a ser obligado para intereses políticos y empresariales, e imprescindible para todo lo relacionado con la cultura. De hecho el propio grupo empresarial PRISA llegó a, además de publicar el periódico y emitir la radio, fabricar el libro, la película y venderlo en su propia librería. El 'ciudadano PRISA' existió, vivió en una burbuja autosatisfecha.

Aquel equipo intelectual desarrolló esa gran operación de ingeniería ideológica que se operó en los años ochenta: crear el argumento y el marco cultural e ideológico de “la nueva España moderna”. Una España que rompía con su pasado, se necesitaban nuevas referencias, nuevos escritores, músicos, cineastas...Para ello El País fabricó figuras y marginó o liquidó otras. Solo existía lo que salía en El País. Cuando la competencia, el ABC, intentó reaccionar y crear su paisaje social, cultural e ideológico alternativo ya Cebrián le había comido el público de las clases medias fuera del barrio de Salamanca madrileño.

Recuerdo que en una ocasión, hace décadas, su suplemento literario dedicó una página doble a la literatura en lengua gallega, allí salimos una orquesta de escritores y una amiga me comentó “¡Comentan una novela tuya en “El País”!”. Le contesté, “sí, pero ya hace tres años que salió en gallego”. No hubo nada, esa novela acababa de existir para ella porque había sido citada en ese periódico. Ya me dirán si era o no importante, aún hoy, salir reseñado y tener espacio y atención ahí. El periódico creó el panorama literario de estas décadas y ese escenario, aunque muy muy decadente, aún se arrastra hasta hoy.

Un proyecto así tuvo un doble carácter, por un lado era una referencia periodística inevitable por la cantidad y calidad de sus informaciones y, además, mantenía unas posiciones democráticas en muchos aspectos en un país donde la democracia no tenía un asiento tan firme ni en la sociedad ni en las instituciones. Frente a una derecha temible, El País suponía un equilibrio imprescindible, algunos lo sabemos bien porque en su momento encontramos un lugar para existir a salvo de afanes liquidadores. En ese periódico hubo momentos en los que pudimos expresar opiniones que no eran posibles en otro lugar y en la conciencia de que era el foro, el lugar del debate de ideas posible en España.

Sin embargo, el sentirse y pretender ser dueño moral de la democracia y el haber conseguido casi un monopolio de las ideas y la cultura hizo que se empobreciese y se sectarizasen los debates sociales y la creación artística en España. En la práctica, la información y la opinión del periódico llegó a ser la única voz y la voz del poder. Y es que configuraba “la realidad española”, era el poder y fuera de su espacio no había nada. Llegó a ser una institución tan decisiva como peligrosa para la vida democrática y la libertad de pensamiento.

La evolución de ese periódico, reiterado, agotado y previsible cada día, resume las décadas españolas pasadas, un periodo completamente agotado por asfixia. Su programa ideológico de fondo siempre fue el mismo: un españolismo esencialista pero actualizado con un consecuente centralismo en lo político y la expresión y defensa de intereses radicados en la capital del Estado. Son destacadas sus beligerancias hacia el nacionalismo vasco, antes; y ahora, al catalán, y, en consecuencia, sus lectores leyeron, antes, a beligerantes intelectuales españolistas vascos y, ahora, catalanes. Es férreo su compromiso con la Monarquía y la gobernanza basada en dos partidos estatales que se turnan. En el plano internacional la defensa de la sumisión a los EE.UU., con sus consecuencias militares, políticas, culturales, artísticas..., la crítica acrítica a los estados que reaccionen frente al dominio norteamericano. Y, siempre, el aval a las políticas del FMI y al proceso de concentración de capital en estas décadas en España. Pero esos rasgos, que son constitutivos de su naturaleza, se han agudizado de tal modo en los últimos años que se ha vuelto un periódico irreconocible para gran parte de sus lectores de otrora.

Es difícil decir si era inevitable que llegase a donde ha llegado, a perder tanto crédito y aquella autoridad moral que tuvo para tanta gente. Desde luego los cambios tecnológicos, Internet, explican mucho pero otra explicación está en que, en paralelo a su progresivo crecimiento, la empresa tuvo contratiempos que la condujeron a una evidente debilidad empresarial y a estar en manos del actual Gobierno. Pero puede que haya habido dos momentos de inflexión, uno fue la muerte del empresario fundador, Jesús Polanco. Otro, la llegada de José Luís Rodríguez Zapatero, tras la dimisión de González al frente de un PSOE que no se sabía bien si tutelaba o era tutelado por un periódico. Eso anuló la alianza estratégica entre periódico y partido, que se hicieron autónomos, con un distanciamiento primero y luego una verdadera guerra. La llamada “guerra del fútbol” fue el modo en que se visualizó una crisis del sistema de la comunicación española en el que el grupo PRISA ejercía un dominio indiscutible, solo así podrían entender los antiguos lectores del diario la línea editorial del grupo en aquellos años en que se publicaron varios editoriales pidiendo la dimisión de Zapatero, cuando no se ha pedido ni una sola vez la de Rajoy. Aquella crisis no fue solo de intereses económicos, que también, fue una verdadera crisis existencial para un periódico que veía cuestionada su misma naturaleza de intelectual guía.

El conflicto político de tanto calado que vive el Estado, la voluntad catalana de renegociar soberanía, ha vuelto a poner a prueba al diario, que ha vuelto a perder crédito de un modo escandaloso. Si en su momento supo crear un argumento nacional, aunque no lo compartiésemos, ahora se muestra totalmente parcial, sin autoridad moral e incapaz de crear un nuevo argumento colectivo.

El País fue un gran éxito y un logro en muchos sentidos, no hay razones para alegrarse de verlo como está. No es imposible que, en un escenario próximo de cambios políticos importantes, vuelva a mudar. No es imposible. Aunque, dificultades empresariales y retos de la comunicación aparte, Cebrián es hoy un hombre cansado que no imagina nuevos retos en una España que ya no comprende y que, además, le aburre.

Suso de Toro

Joan A. Forès
Reflexions

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